Atrapados con las manos en la masa: Los escándalos de corrupción de Orihuela

0
Durante años, la clase política de Orihuela ha tratado los cargos públicos como un cajero automático privado, metiendo mano en las arcas, repartiendo favores y repartiendo la ciudad para su beneficio personal.
Durante años, la clase política de Orihuela ha tratado los cargos públicos como un cajero automático privado, metiendo mano en las arcas, repartiendo favores y repartiendo la ciudad para su beneficio personal.

“La codicia expuesta, los fideicomisos destrozados, los sucios secretos que los políticos de Orihuela no querían que vieras.”

Orihuela, en la provincia española de Alicante, se presenta como una joya del Mediterráneo: una ciudad llena de historia, belleza y oportunidades. Pero al desvelar los brillantes folletos turísticos, emerge una historia más oscura. Durante años, la clase política de Orihuela ha tratado los cargos públicos como un cajero automático privado, metiendo mano en las arcas, repartiendo favores y repartiendo la ciudad para su propio beneficio. Esta es una ciudad donde la corrupción no ha sido solo un escándalo ocasional, sino una forma de vida.

El caso Brugal: cuando la basura era oro

Si un escándalo define la caída de Orihuela en la oscuridad de la corrupción, es el caso Brugal. Lo que debería haber sido rutinario —la adjudicación de contratos para la recogida de basura— se convirtió en un pozo negro de sobornos, comisiones ilegales y negocios turbios.

En el centro: la entonces alcaldesa de Orihuela, Mónica Lorente, y el presidente de la Diputación Provincial de Alicante. Los investigadores descubrieron una red de empresarios que engrasaban las manos de políticos a cambio de contratos multimillonarios. Empresas falsas ocultaban dinero sucio, mientras que las escuchas telefónicas revelaban la arrogancia despreocupada de líderes que se creían intocables.

La recolección de basura, uno de los servicios públicos más básicos, se había transformado en una gallina de los huevos de oro para una élite corrupta. Mientras los ciudadanos pagaban sus impuestos, los ingresos no se destinaban a calles más limpias, sino a cuentas bancarias privadas.

Cala Mosca: Vendiendo el último litoral verde de Orihuela

Si Brugal demostró corrupción en los contratos, Cala Mosca la demuestra en el hormigón. El último tramo virgen del litoral natural de Orihuela Costa —una rara zona verde en medio de la expansión urbana— ha sido destinado a un proyecto urbanístico masivo. En lugar de proteger este terreno para las generaciones futuras, las autoridades locales hicieron todo lo posible para impulsar el desarrollo, a pesar de la férrea oposición de los residentes, los ambientalistas e incluso las autoridades regionales.

El proyecto se ha visto afectado por acusaciones de aprobaciones irregulares, trámites apresurados y un trato sospechosamente favorable a los promotores. Los críticos argumentan que la clase política de Orihuela está traicionando una vez más el interés público, esta vez al verter cemento sobre un tesoro natural a cambio de beneficios privados.

Cala Mosca debería haberse preservado como un legado de responsabilidad ambiental. En cambio, se erige como un símbolo de la disposición de Orihuela a sacrificar el patrimonio y el hábitat por beneficios a corto plazo, exponiendo a un ayuntamiento más leal a los bolsillos de los promotores que a la ciudadanía a la que representa.

La política como mercado

El ayuntamiento de Orihuela se ha asemejado durante mucho tiempo a un mercado donde el poder se negocia como si fueran mercancías. Coaliciones frágiles, luchas internas interminables y negociaciones a puerta cerrada han creado un terreno fértil para el clientelismo. Se intercambian favores por lealtad, contratos por votos y recursos públicos por intereses privados.

Este sistema ha corroído la democracia misma. Los ciudadanos, hartos de los escándalos interminables, se encogen de hombros con resignación. La apatía del electorado se ha convertido en el escudo tras el cual las prácticas corruptas continúan sin control. El mensaje de muchos residentes es amargamente claro: "¿Para qué molestarse? Nada cambia". Y ese cinismo es precisamente lo que mantiene vivo el ciclo.

Una ciudad en una encrucijada

Orihuela se encuentra en una encrucijada. Puede continuar por el trillado camino del escándalo, la negación y la traición, o puede afrontar su horrible pasado. Pero eso requiere más que promesas políticas. Requiere vigilancia ciudadana, transparencia en la gobernanza y la valentía de romper la cultura del silencio que ha permitido que la corrupción prospere.

Porque hasta que los dirigentes de Orihuela dejen de tratar los cargos públicos como un tesoro personal, la ciudad nunca podrá sacudirse la reputación que se ha ganado: un hermoso lugar marcado por la política sucia.