Hay un viejo dicho: «Si quieres conocer la verdadera naturaleza de una persona, dale poder». En ningún lugar esto suena más cierto que en Orihuela. Los partidos políticos y los líderes individuales llegan con promesas de renovación, promesas de honestidad, justicia e igualdad; sin embargo, con demasiada frecuencia, en cuanto llegan al poder, esos principios se desvanecen. Lo que comenzó como un compromiso de servicio se convierte en una obsesión por controlar.
El poder cambia a las personas
En Orihuela, las elecciones traen consigo un ciclo familiar. Los candidatos hacen campaña con reformas, afirmando que escucharán a los residentes, distribuirán los presupuestos de forma justa y prestarán la misma atención a la ciudad, al campo y a la costa. Muchos empiezan con buenas intenciones. Pero una vez en el cargo, el sabor del poder lo cambia todo.
De repente, sus prioridades cambian. En lugar de servir al pueblo, se sirven a sí mismos. Los presupuestos se convierten en herramientas de favoritismo político. Las decisiones no se toman para el beneficio a largo plazo del municipio, sino para obtener ganancias a corto plazo, ventajas partidistas o intereses privados.
Los proyectos se anuncian con bombo y platillo, pero se estancan o desaparecen discretamente cuando surge el escrutinio. La costa, en particular Orihuela Costa, sigue careciendo de recursos, mientras que las antiguas redes eléctricas del centro histórico están protegidas.
Esto no es liderazgo. Es deslealtad: abuso de autoridad para mantener el control en lugar de impartir justicia. Hay políticos a montones, pero un verdadero líder no tiene precio.
De la democracia a la autoconservación
Se supone que la democracia significa el poder en manos del pueblo. Pero cuando los líderes abandonan la honestidad, la democracia se convierte en teatro. Se siguen celebrando elecciones, se siguen imprimiendo manifiestos, se siguen pronunciando discursos, pero todo es pura actuación. Tras bambalinas, la realidad es que demasiados partidos e individuos utilizan su cargo no para representarse, sino para preservarse.
El resultado es una democracia solo de nombre. Los residentes se sienten abandonados. Se ignoran las voces de las 24 pedanías. Orihuela Costa, hogar de miles de residentes y motor económico del municipio, carece de financiación y vigilancia. Se incumplen las promesas de igualdad, y los ciudadanos son tratados como un problema que hay que gestionar, no como iguales a los que hay que respetar.
Cifras electorales engañosas: una fantasía costera
La mayor prueba de la democracia es el voto. Sin embargo, también aquí se sacrifica con demasiada frecuencia la honestidad. Los partidos no solo inflan los resultados anteriores, sino que también engañan al público con afirmaciones exageradas sobre el número potencial de votantes, especialmente en la costa.
Es deber y responsabilidad de un partido político ser honesto con los residentes, no engañarlos ni darles falsas esperanzas. Sin embargo, en Orihuela hemos visto precisamente lo contrario. Tomemos como ejemplo las últimas elecciones: el PIOC obtuvo poco más de 1,800 votos en la costa, alrededor del 48% de los que participaron. Ahora, su presidente habla de 14,000 votos costeros esperando ser movilizados. Se trata de un salto asombroso: un aumento de casi el 678%, u ocho veces el número de votos que obtuvieron en 2023.
Eso no es estrategia; es una fantasía. Una quimera. Una falacia que el partido vende para inflar las expectativas y mantener su influencia. En política, las cifras importan, pero las cifras deshonestas corroen la confianza. Si los partidos no pueden ser sinceros sobre el hecho democrático más básico —cuánta gente votó o podría votar de forma realista—, su credibilidad se derrumba.
Una advertencia a los líderes
El sabor del poder no excusa la traición. Los líderes deben recordar que el poder es una responsabilidad, no un privilegio. Quienes cambian una vez en el cargo —quienes olvidan sus promesas, inflan su apoyo y engañan a la ciudadanía con cifras falsas de votación— deben saber esto: los oriolanos están observando. Su paciencia no es infinita.
Conclusión
Un liderazgo sin honestidad es traición. Una democracia sin honestidad es una tiranía disfrazada. Orihuela merece algo mejor que líderes y partidos que cambian con el poder. Merece representantes fieles a los principios que defienden en sus campañas, por muy tentadores que sean los privilegios del cargo.
La lección es simple: el poder revela el carácter, y en ninguna parte más claramente que en la inflación deshonesta de las cifras de votación, especialmente en la costa.












